miércoles, 14 de septiembre de 2011

Marcahuasi: apu de lima I



¿Cuándo volveré? ... Cada vez que vuelvo de Marcahuasi a la ciudad la pregunta salta desde mis más profundos temores. Esos que están escondidos tras el blindaje que me dió la vida. Tal vez ese temor es que ésta sea la última vez.



Mi más honda relación con la tierra comenzó cuando tenía 19 años. Es raro, esa primera vez no sentí el temor que experimenté cada vez que regresé a este lugar. De entre las nubes que empezaron a diluirse apareció nuevamente el sol. El camino era polvoriento y accidentado me mantenía en un vaivén tosco.



Aventura de adolescente
Esa primera vez mi amigo y acompañante que se llamaba Pier -así decía su DNI- señaló el cielo y cuando pensé escuchar algo acerca de la luna o las estrellas me dijo: ahí está! por primera vez vi las sombras gigantescas y de formas caprichosas. Eran enormes rocas y se veían amenazantes pese a que estaban a más de dos Kilómetros de altura sobre el camión en el que viajaba. En ese momento salíamos de Huinco, un anexo de San Pedro de Casta, en la carretera que va desde Santa Eulalia a Huanza en Huarochirí.
Mi destino marcaría esa etapa de mi juventud y hasta ahora me persigue exigiéndome volver. Nombrada y leída en muchos documentos y libros, la meseta de rocas blancas ubicadas en la cima del cerro del mismo nombre: Marcahuasi es el hito que une la historia del viejo mundo y la del nuevo. Nunca volvería a pensar igual después de esta primera vez.


Tiempos de terrorismo
Los controles militares eran comunes en esa zona en 1989 a lo largo del camino flanqueado de enormes montañas y abismos. Aquí pude observar por primera vez en mi vida las torres de electricidad derribadas por la subversión. Más de una vez debimos parar y abrir nuestras mochilas para el control de los cachacos desconfiados. Viajábamos en un camión que iba al distrito de San Pedro de Casta a recoger productos de la zona pues el transporte público sólo salía dos veces por semana.

Luego de tres horas de viaje cruzamos un puente de apenas tres metros de ancho sobre un cañón profundo, calculo que de unos de 300 metros. No hubiese llamado mi atención sino era porque no tenía barandas, ni protección alguna si es que al chofer erraba en el cálculo del tremendo camión. Una subida con un zig zag sin fin nos llevó a reencontrarnos nuevamente con el sol que se había ocultado tras las montañas. Una curva más y finalmente tenía más cerca y frente a mi esas rocas blancas que con la luz del crepúsculo se tornaban sangrientas y sobrenaturales. Del otro lado Casta parecía un grupo de casitas colgadas al borde del abismo.


Primer destino San Pedro de Casta
La oscuridad nos había alcanzado al llegar a nuestro destino. No había luz eléctrica y una luna en cuarto menguante llenaba el cielo de una luz anaranjada. Las estrellas era miles y formaban un cinturón que atravesaba el cielo: la Vía Láctea! -pensé-.http://www.youtube.com/watch?v=rJmoxnWF9Qg

Las casas eran curiosas, de un lado de la calle se ingresaba al primer piso, del otro lado al segundo, era por el desnivel de la montaña. Cada paso me agitaba a 3 mil 200 metros de altura. Llegar a la Meseta de Marcahuasi significaba subir otros mil metros más y un camino de 7 Kms. Casi no pude dormir por el frío y por la idea de llegar a mi destino. Cinco soles de alquiler, un cuarto vacío y mis compañeros de viaje, cómplices de la aventura nos agazapamos en nuestras bolsas de dormir muy juntos para no sentir la helada nocturna. En la calle se escuchaba una banda de música de ebrios pobladores que cargaban a un santo desconocido en procesión.


Meseta de Marcahuasi
La jornada del nuevo día comenzó con unas galletas de agua -así las llamaban- pues el pueblo aún no tenía una panadería. Alquilamos unos burros para llevar carpas y mochilas y a caminar! La ruta fue agotadora y nos tomó más de tres horas. Casi a la entrada a la meseta de piedra sentí por primera vez esa impresión que se repetiría en mi cada vez que volvería a las alturas serranas. Esa de ser insignificante en medio de tan enormes paisajes.

Al fin entré en el llamado Anfiteatro, lo había escuchado nombrar cientos de veces por aquellos que ya habían estado aquí. Es el terreno donde en época de lluvias se forma una hermosa laguna de centímetros de profundidad pero de gran diámetro. El guía nos contó que sobre el agua se refleja el cielo transformándo el lugar en un inmenso espejo. El terreno estaba rodeado de altas paredes de diorita blanca, una roca de origen volcánico que brota mágicamente de la cima de la montaña.

Al lado izquierdo del Anfiteatro existe una caprichosa forma rocosa que asemeja un camello con sus dos jorobas. Junto a dos compañeros de viaje escalamos hasta ese punto y recién vimos en todo su esplendor la enorme meseta de la que el Anfiteatro sólo es una pequeña porción.

El Encuentro
Sentado en la base de una de las jorobas un gringo nos miraba atento y desconfiado. Nos acercamos a él y lo saludamos, un poco más cerca notamos que fumaba una pipa con marihuana, dudamos en acercarnos más pero uno de nosotros fue con él y le extendió la mano.
Aunque dudamos al principio finalmente nos acercamos.

Dijo llamarse Thomas y habló medio "ido" pero con mucha lógica. Finalmente sentados juntos miramos la honda depresión del Anfiteatro, las paredes de roca tenían cerca de 50 metros de profundidad. Allá abajo alguno grupos continuaban llegando y armando sus carpas. Thomas nos demuestró que sabía mucho de este mágico lugar, más que todos juntos. Habló muy bien en español aunque masticado y confuso por momentos. Luego de intercambiar preguntas muy básicas comenzó una charla muy amigable. Nos contó que llevaba 8 días en la meseta y que tenía un refugio en una zona llamada el Infiernillo. Nos mostró algunos mapas hechos por él y nos confesó que estaba allí por miedo. Un libro del arqueólogo peruano Daniel Ruzó editado en francés lo guió hasta ese lugar que según aseguró era el Arca de Noé y único refugio del apocalipsis.


Éste fue el comienzo de una aventura que duraría muchos años de mi vida. Una historia que continué cada una de las más de 15 veces que volví a ese lugar a buscar aquel secreto que ese francés nos confió. Su refugio esta aún allí, escondido en las paredes que conforman el lado oeste de la meseta. Un escondite protegido por abismos de más de 500 metros que tuve que burlar cada vez que volví para llegar a ese refugio. Una cueva escondida, un punto en la inmensidad imposible de encontrar para quien no lo conoce de memoria. Así comenzó mi relación con este lugar, así comenzó el miedo de no poder volver a tiempo a refugiarme del fin del mundo y la necesidad infinita de volver...
(continuará)

Para más información aquí les dejo la dirección de un magnifico BLOG de José Luis Medina que deben visitar:
http://unencuentroenmarcahuasi.blogspot.com/


No hay comentarios:

Publicar un comentario